San Librorio, infamado en el gremio de los santos, porque un día diste paso franco

a la biblioteca de los sabios, a los de pensamiento distinto, a los sin nombre, al sin estirpe.

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San Librorio,  fueron requisados tus escritos y con ellos te ardieron en la hoguera.

De ese fuego se formó el libro del conocimiento del cual emerges y te fundes para multiplicarte en las ideas.

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Señor, San Librorio, el Emergido: pido, seas mi guía entre las dunas de papel, en el mar mundo de lo escrito.

Soy una brecha en la lectura y tú el cartograma infinito de las letras.

No me des la tentación de sólo tres libros en mi vida, evita el tartamudeo en mi discurso.

Que no me degrade a mi mismo, como biblia impía, al negar tu poder.

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Evítame al autor que pretenda en mí la discípula ceguera,

Aléjame del acto de liebre en la lectura rápida, aléjame de ser maestro de budismo

por sólo un breviario leído sobre el tema,

aléjame del grito en una discusión, acércame al tablero de la razón.

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Señor, San Librorio, de manto hilvanado con las lenguas del mundo,

dales la aguja a los que no saben enhebrar una vocal con una consonante;

dale la epifanía tipográfica al que le fue dado el alfabeto y deja empolvar su libro,

para que éste no se vuelva un tratado del olvido.

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Señor, que tu celulosísima fibra permanezca en cada página que leo,

 y en humilde agradecimiento por mis plegarias recibidas, te prometo:

Leer por los menos tres horas al día,

y compartir la letra con aquellos en ayuno textual.