Crónicas bibliófilas: "Un Saludo"
- Hombre Libro
- 31 ago 2015
- 2 Min. de lectura

Como se sabe, el daño provocado por el agua es irreversible en un libro. Esto no es problema para quienes logran leer sin inconvenientes un volumen al que le han crecido hongos o cualquier otro tipo de flora asoma entre sus pliegues; con tal de que las páginas se puedan pasar y las letras sean visibles (es decir, con tal de que siga siendo un libro y no una maceta), no ponen objeciones. Pero como al local de Balderas acude la especie de lector que frunce el ceño ante el más imperceptible de los dobleces (lo cual lo autoriza a pedir rebajas de cincuenta o sesenta por ciento), cualquier mínimo rastro de humedad resulta enemigo mortal.
La verdad, no es bonito leer un libro que quedó tieso debido a la acción de la lluvia, el mar, la nieve, el granizo, el vino, el semen o el café. Para el lector enfrentado a un libro así, es como si la indudable malevolencia, arrogancia y desidia de sus lectores anteriores hubiese sido adquirida por el libro en sí mismo, aunque éste lleve por título Alicia a través del espejo o La pesca de truchas en Norteamérica. La humedad, además de dejar el libro en malas condiciones físicas, lo transforma al mismo tiempo en un objeto petulante, y esto les sucede incluso a aquellos libros que, como los de Enrique Krauze o Gabriel Zaid, ya lo son.
Es por eso que de mayo a septiembre el local de Balderas sufre. La lluvia y el granizo por lo general espantan a la gente (cuestión que a veces se agradece, pues el local pasa por épocas de misantropía radical), pero la amenaza más terrible se cierne sobre esas páginas que poco o nada saben de cambio climático y no tienen injerencia alguna en las antipolíticas ambientales ni en los negociados entre gobernadores y empresarios, como el incomprensible quite de coladeras y la rigurosa tala de árboles llevadas a cabo sobre la avenida Balderas (desde Juárez hasta Chapultepec), medidas ambas adoptadas con motivo del paso de la Línea 3 del Metrobús.
Desde aquí, bajo una lluvia torrencial, los libros aprovechan entonces de enviar un enérgico saludo —se adivina cuál— a las autoridades locales, a las constructoras y a los “urbanistas” del DF.
Simón Rojas






















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