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Hacia una (verdadera) defensa de la intolerancia III: individuos

La problemática de la inclusión vista en la entrega pasada, se basa en la personalización de soluciones, en la coexistencia permisiva de la norma respecto a las desviaciones. Porque aquella permite que éstas puedan surgir y reproducirse; de permitírseles demasiado, sucede lo que en otros ambientes ha supuesto una modificación del ecosistema: en el Bosque Nacional de Malheur, una especie única, el Armillaria ostoyae, conocido más comúnmente como “El monstruo de Oregon”, ha permanecido hasta convertirse en el organismo viviente más grande del mundo; no es casual: comenzó invisible, parasitario como cualquier hongo, eliminando mientras crecía, diversas y numerosas especies vegetales que conformaban el bosque.


No se dice aquí que los árboles y demás especies que conforman ese ecosistema fueran tolerantes; tampoco se trata de especular acerca de su comportamiento: la vida no se desarrolla de acuerdo con la mentalidad humana. Pero si la situación se traslada al comportamiento moral, la analogía es bastante clara.


La intolerancia responde a la reafirmación de individualidad. Es una confirmación de identidad y, al ser el siglo XXI (comenzó desde el XX, pero se potencializó gracias al internet) una época individualista como ninguna otra (como señalara Lipovetsky), el fenómeno resulta casi como una consecuencia lógica. Si todo se hace a pedido, de manera personalizada; si gracias a la ultraconexión con el resto del mundo se pueden contactar a seres humanos con las mismas inquietudes, gustos, posturas o ideologías, tolerancia e intolerancia se van convirtiendo cada vez más en términos obsoletos.


También el castigo, la culpa y el superyó son términos en decadencia (sólo en un sentido, ya que Darian Leader sostiene que la melancolía y el duelo, componentes de cualquier depresión, son patologías de moda, tan comunes y destructivas como el cáncer o, en su momento el SIDA) en tanto que se encuentran más fácilmente satisfactores a la medida de la necesidad: no se requiere de un castigo ni de un castigador si realizo mi fantasía inmoral. Sin embargo, la dicotomía temática tolerancia/intolerancia parece más discutida que nunca.


Cabría destacar que si bien la telecomunicación ha proporcionado un factor fundamental para que el fenómeno resuene como un acontecimiento importante, no es ni decisivo ni mucho menos causa directa de él. El internet y sus más famosas redes sociales sólo dan paso a la multiplicidad de posturas, permitiendo con ello la máxima individualización: son los medios principales de ese otro aparato mayor que es la individualidad del ente social.


La intolerancia supone, pues, una negación de la individualidad distinta a la propia; por ello, el canal de la individualidad factorial, la voz única difundida hacia el mundo, propicia que cada uno de los Individuos-Verdad que conforman un grupo puedan exacerbar la exclusión de los otros. Por otro lado, la tolerancia (que en este sentido significa la aceptación de otras individualidades) utiliza el mismo canal para hacer llegar al mundo la voz de los Individuos-Verdad que conforman el grupo moral del que surge, como estandarte de inclusión.


Y cuando el canal es interceptado por dos mensajes (en este caso, evidentemente, son más, innúmeros) necesariamente crea interferencia; así todas esas grandes Verdades confluyentes del canal terminan creando un ruido estridente que no permite diferenciarlas. Aún así, en canales más moderados de contenido (esos que sólo transmiten una Verdad) continúan la discusión.

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