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Hacia una (verdadera) defensa de la intolerancia II: límites de inclusión


Antes de los ejemplos aislados que se enumeraron en la entrada precedente, en la historia se registran muchos más, innumerables diríase; porque ni es una cuestión cultural ni geográficamente ubicable. No es propio de algunos países solamente: se trata quizá de una cuestión biológica inherente a casi cualquier especie.


La tolerancia se entiende como la aceptación de la otredad. Se le ha querido brindar un significado desprovisto de connotaciones “negativas” a un término que por sí mismo, según se demostró anteriormente, ya denota un castigo. La humanidad, entonces, debe sufrir estoicamente lo distinto, mientras que el resto de las especies vivas defienden su hedónica singularidad.


El ser humano, por su superioridad (léase con o sin sarcasmo, es indistinto), aspira a ser inclusivo. Dicha pretensión/presunción parece dar a luz a la moral, de la que se desprende la aceptación de la otredad. Sin embargo, no queda muy claro hasta dónde debe aceptársele sin suponer un conflicto con la mismidad (término que deberá tolerar el lector, ya que “normalidad” no es un antónimo de “otredad”).


Tómese el caso de México y Estados Unidos como ejemplo demostrativo: el mexicano, se ha leído en general en los medios de comunicación, no tolera el discurso racista de un estadounidense que pretende arrebatarle su dignidad, construyendo su propio medio de exclusión (a la manera de los campos europeos, nazis, fascistas o socialistas); sin embargo, sí tolera la opulencia de unos cuantos grupos sociales que se asumen como realeza (la “clase política”: importante señalar de que ha dejado de ser una profesión para convertirse en clase social).


La diferencia estriba en que el mismo fenómeno (es decir: la anulación de la dignidad) proviene no de la otredad que quiere imponerse, sino de la mismidad ya hegemónica. Mas dentro de ésta parece surgir también una otredad distinta. La defensa del “diseño original” para perpetuar una institución social, la célula básica de toda sociedad, según se dice, surge en el mismo marco nacional que se asume como un solo organismo. La norma entonces se piensa como nación heterosexual reproductiva.


Aunque factualmente existan cantidad de variables para la conformación de una sociedad y, como lo apunta el filósofo al que se hace referencia en el título, simulacros de inclusión para cada caso particular, éstos perpetúan las divisiones y exclusiones respecto a la norma. Sería entonces oportuno preguntar si este fenómeno (la inclusión aparente) nace dentro del mismo marco moral que la tolerancia, ya que buscar una solución parcial es, nuevamente, excluir a quienes pertenecen a esa parcialidad (como lo apunta también Žižek).


Como se ha podido ver hasta ahora, la exclusión y el apartamiento es un mecanismo básico en cualquier grupo (humano o no); sin embargo, las sociedades morales tienden a la hipocresía, que les permite generar condiciones hegemónicas para algunos al no incluir a todos dentro de la norma, pero brindándoles la oportunidad de existir. De aceptar la totalidad, se desvirtuaría la mismidad hegemónica selectiva a favor de una colectividad poderosa. Pero un poder colectivo forzosamente se compone de individuos, de muchos “unos” que piensan en sí, en su beneficio. Y eso también supone un problema de inclusión.

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