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La técnica de la identificación: o el porno como objeto estético

Palabras más o menos de Boris Vian, la literatura (toda literatura) tiende a causar efectos en el lector. La literatura erótica, por extensión, tiene diferentes efectos que cualquier otra manifestación literaria. Lo mismo puede decirse de otras formas artísticas: todas tienden a causar efectos, al menos en un primer sentido (para no herir susceptibilidades en los eruditos).

Cuando Walter Benjamin escribe del cine y sus posibilidades, de sus logros y fracasos, está pensando muy acertadamente en un aspecto fundamental: el cine depende enteramente de su técnica para lograr un efecto. En las demás artes, los recursos técnicos son secundarios (pensando dichos recursos no sólo en el sentido benjaminiano de reproducción, de masificación, sino también en el mismo recurso de elaboración), no así en el cine; es decir, es menos probable que una imagen mal lograda o una metáfora forzada disminuyan el producto terminado del poema en su totalidad, pero un mal encuadre o un montaje mal decidido sí afectarían un filme.


Estas dos afirmaciones se piensan en relación al cine pornográfico, pues más allá de sus miradas tabú o de su análisis sociológico, es mucho menos frecuente asimilarlo en su carácter estético. Si detenta o hace prevalecer ciertas condiciones hegemónicas (lo que también es discutible); si ha servido para otras propuestas socioestéticas (como el pos porno) o si aún se considera un tabú, no son cuestiones importantes aquí. El porno merece atención tan sólo por la simplicidad con que logra sus efectos, cualidad que muchos artistas desearían para su obra.

La más evidente (y por ello importante) de estas cualidades de simpleza es la identificación. En otro tipo de cinematografía, se requiere de la construcción de un personaje que refleje cierta axiología para que el espectador pueda identificarse. El porno no necesita siquiera una construcción de personajes (aunque si bien la tiene, es más útil para el argumento), sólo de perspectivas. Una cámara enfocando desde el hombro del personaje masculino es suficiente. Y en esto radica la belleza.

El narrador del cine pornográfico logra sus efectos gracias a los distintos cambios de perspectiva que ofrece. Satisface al mismo tiempo al voyeur (con su mirada en tercera persona, que permite ver a los caracteres que intervienen en el acto sexual) y al fantaseador que quiere estar con una o dos supermodelos. Pone a disposición del fetichista el detalle de la vagina o el ano que será (o está siendo) penetrado. Es, en este sentido, el mejor narrador, el que no requiere de captar un público, porque satisface a todos. A cada espectador le llega su efecto.

Y esto con la más admirable simpleza técnica. Obedece este narrador a aquellas máximas de Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aún lo malo, si poco, no tan malo”. Y con la identificación como medio para alcanzar todos los efectos posibles, la pornografía satisface. Es el único arte que a todo el mundo le es accesible, que todos entienden. Pornografía es democracia. Pero cuidado: sólo en tanto es industria, únicamente cuando se trata de producción, pues las realizaciones amateur, personales, ni siquiera deberían ser consideradas porno. Ya habrá espacio para hablar de ello.

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