Ab imo pectore, una crónica librera por Simón Rojas
- Hombre Libro
- 14 sept 2015
- 3 Min. de lectura

AB IMO PECTORE
Siento que traiciono a esos viejos rudos, apenas sostenidos en pie, al decirles que no hay libros de Boecio en el local. Siento que sigo traicionando a los mismos viejos rudos cuando me piden libros de Gottlob Frege o de Saúl Kripke o de Willard Van Orman Quine y no los hay en el local. Me siento bien al venderle un Finnegans Wake a un norteamericano sorprendido, pero me siento mejor si luego le vendo también un Don Quijote. Soy un completo miserable si alguien me pide un libro de José Revueltas y le digo que no y una hora más tarde encuentro Material de los sueños arrumbado al fondo de una repisa. Me condeno a las llamas del infierno cuando recomiendo la lectura de una novela en detrimento de un libro de poesía. También merezco ser colgado si me quedo callado ante un comentario vil proveniente de un profesor universitario o de un estudiante o de un policía o de quien carajos sea. Me siento mal cuando la novia le dice al novio que no gaste en libros malos y el novio le responde: tú qué sabes de literatura, y de paso tampoco me compra el libro malo, preocupado como va en discutir hostilmente con la novia por la acera. Me siento aburrido en días donde nadie se percata de la existencia del local. Me siento tranquilo en días donde nadie se percata de la existencia del local y puedo leer en paz. Me dan ganas de retorcerle el pescuezo al regateador coyote profesional que luego de conseguir una rebaja del cincuenta por ciento saca sonriente un fajo de billetes de quinientos pesos. Me siento tranquilo al venderle una novela de Marguerite Duras de tapa rosa a un adolescente que me ha pedido una novela rosa. Siento venir un profundo sarcasmo pasajero al observar la cantidad de libros inocuos publicados por editoriales independientes con fondos del Estado. Siento nuevamente venir un profundo sarcasmo pasajero al reparar en la cantidad de jóvenes adscritos al Sistema Nacional de Creadores en una antología de la nueva o novísima o ultimísima culta preparadísima poesía mexicana editada por la UNAM. Me da risa el Manual de Civismo de Pierre Louÿs publicado en la colección Los brazos de Lucas de la extinta Premià Editora. Imagino que le digo al cliente: póngase guantes antes de tocar un libro, sobre todo si se ha masturbado en un baño de la Biblioteca México. Me siento un fraude cuando preguntan por libros de jazz y en el local lo más cercano y lo más lejano que hay es una revista donde viene una reseña asesina sobre un disco de Albert Ayler. Me siento bien cuando, luego de tanto teórico literario francés, leo un poema de Claudio Bertoni que dice: nunca se ha visto sangrar a una palabra, nunca se ha visto comer a una palabra, nunca se ha visto sentir sed a una palabra, nunca se ha visto morir a una palabra. Todo se va al diablo, y me siento ahora sí un maldito condenado, si instantes después de leer el poema de Bertoni escucho en el radio la noticia de la muerte de Ornette Coleman. Me siento intrigado al escuchar en boca de un lector de Lautréamont las peroratas contra la miseria de Latinoamérica, contra los políticos truhanes de Latinoamérica, contra la cultura llena de caca de Latinoamérica. Me siento bien si doy hurras a ese discurso, si digo sí, claro, es cierto, a ese discurso. Me vuelvo a sentir extraño si luego el lector de Lautréamont y yo nos quedamos en completo silencio viendo pasar a la gente, a los autos, a la miseria. Otras veces, en cambio, no siento nada. Desde el fondo del pecho.
*Imagen: reproducción de "Alicia en el país de las maravillas" de Oskar Kokochka
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