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El caso del Fobias, una crónica librera

  • Simón Rojas
  • 3 nov 2015
  • 2 Min. de lectura


Antes el Fobias compraba cualquier edición de libros de Vargas Llosa o Carlos Fuentes. Cuando los terminó de leer, se desesperó y preguntó si acaso teníamos más. Como la respuesta en ese instante fue negativa —él mismo se los había comprado todos—, se le recomendó darse una vuelta por las ferias de libros, donde los volúmenes de estos dos autores campean a sus anchas. “No me gustan las ferias, hay mucha gente”, respondió. Se le sugirió, pues, acudir a las librerías de Donceles, sitios vastos de casi nula densidad demográfica. “Me aterrorizan esas librerías, hay demasiada poca gente y demasiados libros”. Se le rogó, entonces, que encaminara sus pasos hacia el Callejón de la Condesa, un espacio de buenos libros donde, por lo regular, no hay tanta gente, pero tampoco demasiado poca. “¿Es ese callejón que está en desnivel? No gracias, me dan pánico los desniveles”.

Bueno —dijo el vendedor por decir algo—, si se acabaron los de Vargas Llosa y Fuentes, ¿no le interesará Onetti?

En los meses que siguieron el Fobias se leyó todo Onetti y todo Cortázar. Después se pasó a Manuel Puig, se casó con José Donoso y llegó donde Arguedas. Y ahí, al parecer, acabó su periplo novelero. Algo le ocurrió al Fobias que, de un día para otro, ya no vino más por narradores latinoamericanos sino por libros… de Lógica.

Es relativamente normal que después de Arguedas uno se pase a Mariátegui y de ahí tal vez a Lenin y después a Marx. Eso se acepta. Pero el viaje del Fobias es extraño, por no decir exótico, y parece no haber lógica alguna entre su Arguedas y su Lógica.

Un día que lo vio venir desde la esquina, el vendedor quiso recordarle al Fobias aquellos lejanos tiempos en los que era un ávido lector de narrativa latinoamericana del siglo XX y, para tal efecto, le mostró un librito de Felisberto Hernández aparecido en la maravillosa colección “Palabra Menor” de editorial Lumen. El Fobias lo tomó entre sus manos como si se tratara de un objeto curioso, lo hojeó pacientemente y dijo: ¡pero este libro no trae ningún silogismo! ¡Ninguna fórmula! ¿De qué sirve un libro si no tiene silogismos o fórmulas?

Y con tal pregunta fue como el Fobias desapareció para siempre por la madriguera de Balderas. ¡Que le corten la cabeza!

 
 
 

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