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Leer, una viñeta librera

  • Simón Rojas
  • 10 nov 2015
  • 2 Min. de lectura


Antes de cualquier otra cosa, salvo para los ciegos, leer es una actividad física protagonizada por los ojos. Que nos haga mejores o peores, que sirva para algo o constituya una acción netamente improductiva, todo eso viene después: por muy obvio, o precisamente porque es muy obvio, este aspecto de la lectura suele olvidarse en virtud de consideraciones más imaginativas o definitivamente menos grises.

Lo advirtió Georges Perec en Pensar/Clasificar: “No se trata de concentrarse en el mensaje captado sino en la captación del mensaje en su nivel elemental, lo que sucede cuando leemos: los ojos que se posan en líneas”. Así, el lector no es tanto un descifrador de sentidos cuanto un mirón de la grafía, alguien que va “explorando simultáneamente la totalidad del campo de lectura con una redundancia obstinada: recorridos incesantes puntuados de detenciones imperceptibles”.

Ahora bien: al estar en cierto modo condenados a extraer significaciones ulteriores desde estos “recorridos incesantes”, los mismos textos ponen en evidencia y parecen forzar, en mayor o menor grado, este rasgo primordialmente fisiológico de la lectura. Vale decir, hay textos de mensaje (por llamarlos de un modo esquemático) y textos de la captación del mensaje, donde los ojos efectivamente parecen posarse sobre letras y nada más que sobre letras.

Tal vez algunos ensayos de Lezama Lima —o ciertos pasajes de Paradiso— pertenezcan a esta última clase de textos; ahí los ojos recorren, saltan, regresan, avanzan, se quedan fijos en una coma, abandonan las letras y vuelven a la página. Lo cual en absoluto quiere decir que ante los ensayos o novelas de Lezama el lector se vea imposibilitado de extraer sentidos, sino más bien que lo que en ellos se evidencia (o se exige) es la participación, el movimiento —y todavía más: la erosión— del cuerpo lector.

Leer es moverse y detenerse, esquivar y cansarse, enfocar y desenfocar. Incluso, a veces, leer implica no leer; no leer letras, apartar la mirada de ellas y salir. Y después —sólo después— viene todo lo demás. Por ejemplo, este texto.



*Pintura de mujer leyendo por Pierre Auguste Renoir (1841-1919).

 
 
 

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