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El oleaje de un libro, apunte bibliófilo

  • Simón Rojas
  • 20 ene 2016
  • 2 Min. de lectura

Hay una antología memorable de Jaime García Terrés compuesta por cien textos de todas las épocas sobre el mar. Editada por la UNAM en 1962, 100 imágenes del mar abarca desde Homero hasta poetas y narradores de la primera mitad del siglo veinte, como Emilio Adolfo Westphalen y James Joyce. La mayor parte de las traducciones corre por cuenta del mismo García Terrés, un trabajo más o menos impresionante si se considera que, además de hispanoamericanos, el libro incluye autores griegos, latinos, franceses, italianos, ingleses, alemanes y portugueses.


En ocasiones el mar es sólo un pretexto, como en la definición de “Océano” extraída de El diccionario del diablo de Ambrose Bierce: “Volumen de agua que ocupa aproximadamente dos terceras partes de un mundo hecho para el hombre —el cual carece de agallas”; o como en estos versos de Carlos Pellicer: “Un mar sin honra y sin piratería, / excelsitudes de un azul cualquiera, / y esta barca sin remos que es la mía”. Pero también los hay donde el hombre mismo y aún más los continentes y el mundo todo son un pretexto para el mar, como en este verso único de Empédocles: “El mar, sudor de la tierra”.

Y en el caso del vendedor, sudoroso, sin remos y carente de agallas, este libro sirve como pretexto para abrir algunas esclusas. Así ha decidido que la avenida Balderas, su bullente masa humana, su turbulento parque automotriz, conforman el ir y venir permanente del oleaje; y aún más: ha establecido que el Metrobús no es otra cosa que una barcaza prepotente llena de arponeros japoneses o concesionarios rapaces, que para el caso es lo mismo; los locales comerciales, rocas cubiertas de desechos; los libros, corrientes traicioneras a las cuales —¡no importa!— vale la pena entregarse, como Julio Torri cuando, resuelto a perderse, desoye los consejos de Circe y no se hace amarrar al mástil, razón por la cual “las sirenas no cantan para mí”.

¿Y dónde está la playa? ¿Dónde la palmera? ¿Qué hay de la cervecita y la hamaca salvadoras? Pero el mar, que está tan lejos de este bullicio, de estos transeúntes obstinados, de esta ciudad domesticada y servil, nada tiene que ver con eso. “La tierra puede ser cruel, pero el mar no tiene corazón”, escribió Henry Miller, y quizás tampoco tenga relación alguna con los libros ni con quienes los leemos o los despreciamos, pues, como escribió Joseph Conrad, “el mar nunca ha sido amigo del hombre… carece de compasión, de fe, de ley y memoria.”

A todo esto, ¿qué libro buscaba, señor, señorita?

 
 
 

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