El Velas
- Simón Rojas
- 4 mar 2016
- 2 Min. de lectura

El vecino antes no vendía libros, pero igual trabajaba en Balderas como velador; por eso le decimos El Velas. Fueron once años de duras jornadas nocturnas, durante las cuales no escasearon intentonas de atraco y rapiñas a los locales. Seguramente desde aquellos tiempos se le quedó arraigada la costumbre de ir armado, abrir su local a media tarde y cerrarlo hasta ya bien entrada la noche, más o menos a las doce o a veces incluso a la una de la mañana. Es, por lo demás, el paisaje típico del corredor Balderas alrededor de la medianoche: aparte de algún borracho, travestis y parejas o tríos o cuartetos de bachilleres asiduos al faje cervecero, por ahí sólo se ve al Velas, despejado y campante.
A diferencia de su vecino, él sí exhibe material vendible: best-sellers de autoayuda, biografías de narcos, iridología, biblias resumidas, manuales para ser un mejor cornudo, en fin, todas esas cosas, y de a catorce varos. Esto no quita que el Velas igualmente posea olfato para atraer la atención de otro tipo de lectores, de modo que también se provee de libros nuevos de Nietzsche, Freud, Capote, Bukowski, Burroughs, Kerouac, Auster y Bolaño, casi todos, exceptuando a los dos primeros, bajo el formato del engendro Anagrama-Colofón.
Se debe reconocer que a veces El Velas provoca envidia. Hay momentos en los que, sin exagerar, la gente se abre paso a codazos para observar sus novedades, dispuestas con sumo orden dentro de unos canastitos de colores o colgadas cual ropa tendida de unas cuerdas que cruzan su local de lado a lado, dándole al viandante la curiosa sensación de estar ante una verdadera salchichonería libresca. Y detrás de todo eso, como en un segundo plano, vemos al Velas en acción, fresco y sonriente, forrando libros o contando billetes con espíritu deportivo. Nunca se lo ha visto leyendo, y a veces se le adivina la comba de un revólver bajo la chamarra, todo lo cual acentúa aún más su estampa de hombre sano.
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