Consideradlo muerto, un apunte literario
- Simón Rojas
- 7 mar 2016
- 2 Min. de lectura

Después de los cuentos de Edgar Allan Poe protagonizados por Dupin, la narrativa policial, se supone, vivió su época de esplendor con las novelas hard-boiled de Dashiell Hammett, primero, y las de Raymond Chandler, después. De ahí en más, dicen los puristas (a excepción de Borges, que en este terreno opta siempre por Chesterton y desdeña a los norteamericanos), no existió ningún otro escritor de relatos policiales capaz de descollar o de por lo menos escribir una sola frase digna de Cosecha roja o de El largo adiós.
Pese a ello, con o sin puristas, se siguen escribiendo, publicando e incluso leyendo relatos policiales o alguna cosa parecida, y es precisamente gracias a ese relativismo del “alguna cosa parecida” que entramos en una discusión ya bizantina entre quienes prefieren delimitar el género a unas cuantas reglas más o menos fijas y aquellos que más bien lo han convertido en un recurso ocasional.
Un cuento, por ejemplo, puede contener “retazos” o “visos” de lo policial, aunque pocos se atreverían a catalogarlo como un cuento policial neto. El mismo Chandler, en “The simple art of murder”, estableció los requisitos primarios que debería cumplir la narrativa policial, entre los cuales se hallan al menos dos insoslayables: el acontecimiento del crimen y la presencia de un detective adscrito a un código ético. Pero la llamada “novela negra” (que para los lectores hispanohablantes tomó gran impulso gracias a la colección “La novela negra” de Bruguera —dirigida por Juan Carlos Martini— y la serie “Black” —dirigida por Javier Coma—) abrió y en suma diversificó el relato de crímenes, disponiéndolo desde el punto de vista del delincuente en tanto personaje central.*
Esto quizás se deba a que la figura del detective ha perdido bastante fuerza, fuerza ética y fuerza verosímil (una de la mano de la otra), lo cual se traduce en que ya nadie le cree mucho a ningún viejo o nuevo Sam Spade o Philip Marlowe, pese a que, como decimos, sigan apareciendo por ahí miles de detectives de su estilo con una marcada tendencia hacia la crítica social o definitivamente corruptos.
Sería conveniente entonces pensar el policial en tanto género muerto, desfasado, siempre a punto de transformarse en “otra cosa parecida”: alguna vez así fueron considerados los relatos de caballerías, empezando por aquél que era y a la vez no era de caballerías. Es decir —y con toda la confusión a cuestas—, considerarlo muerto como una forma de reivindicarlo.
* Hay quienes también llaman a las novelas de Hammett, Chandler, Horace McCoy y Ross MacDonald “negras” (en la colección de “La novela negra” se incluyen a estos cuatro escritores y a muchos otros más), y así establecer una distinción rigurosa entre novela policial y novela negra se torna aún más difícil (el mismo Juan Carlos Martini, por ejemplo, clasifica la novela negra como una suerte de sub-género dentro de la narrativa policial). Tal vez lo único que permanezca, en cuanto “requisito”, sea el acontecimiento del crimen (asesinatos, secuestros, la planeación de un atraco, etc.), aunque en tal caso empeoramos el asunto o lo abrimos aún más hacia otras formas, tal y como lo hizo Rodolfo Walsh en su ensayo “Dos mil quinientos años de literatura policial”.






















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