El Antipaz
- Simón Rojas
- 29 mar 2016
- 2 Min. de lectura
El vendedor se podría pasar escuchando todo el día las cátedras de don U, siempre y cuando éste no deje de verter, mediante los caminos más peregrinos, acusaciones contra Octavio Paz y sus “pacitos”. Uno puede estar hablando del clima con don U y de pronto algo —la lluvia, las nubes, el sol— le recuerda que ha llegado la hora de vapulear al Nobel.

Las recriminaciones generalmente son de corte formal: según don U, Paz simplemente era un holgazán a la hora de los quiebres sintácticos, las elipsis y hasta en las conjugaciones y adjetivaciones, es decir, un patán con veleidades de poeta y ensayista que no conocía bien su lengua ni, por tanto, ninguna otra. Y lo peor de todo no es eso (porque los poetas mexicanos, según don U, no pasan de ser unos mafiosos buenos para nada, excepto a la hora de postular a becas); lo peor es que Paz tenga imitadores, discípulos y protectores, aquella larga estela compuesta por los funcionarios de la poesía mexicana, esto es, los “pacitos”.
Alegatos de esa onda parecen salidos de algún personaje realvisceralista de Los detectives salvajes o del mismo Roberto Bolaño (“los Octavio Paz de bolsillo, los cerdos fríos, ábside / O rasguño en el Gran Edificio del Poder”), pero si uno le menciona a don U a los de la vereda opuesta a Paz, se ríe a carcajadas de esa “bola de pendejos mariguanos” tan infames como sus padres los estridentistas. Tampoco hay caso con los Contemporáneos Villaurrutia, Owen, Gorostiza, Cuesta, Novo y Pellicer, esos “señoritos”, esos “poetastros”, esas “chinas poblanas” del montón, como los llama gentilmente don U. Y si uno se retrotrae hasta López Velarde, don U simplemente se va.
En resumen, la pregunta es: ¿le gustará algún poeta mexicano a don U? Es más: ¿le gustará algún poeta? Y todavía: ¿le merecerá algún respeto la literatura? Hasta la redacción de este fragmento no hay noticia de ello.






















Comentarios