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SANCHISTAS Y QUIJOTISTAS (UN TEST DE PERSONALIDAD)

  • Simón Rojas
  • 12 abr 2016
  • 2 Min. de lectura


Empezó gracias a una broma típica de sanchistas: rápidamente los quijotistas mordieron el anzuelo. Se debe reconocer que durante mucho tiempo, quizás demasiado, ambas tribus convivieron en sana paz y deambularon amistosamente por los cientos de congresos anuales llevados a cabo en honor a La Novela. Pero cuando los sanchistas atacaron con humor, los quijotistas se ofendieron y emprendieron la contraofensiva. Los ortodoxos cervantistas, por su parte, quedaron absolutamente marginados de la polémica al calificarla, desde un primer momento, de “burda”.

Sin embargo, la rencilla, quiéranlo o no, ha dado pie para detenerse a considerar de qué lado está uno, pese a que los cervantistas dirán que “cualquier lector medianamente atento” (¿quién habrá sido el gárrulo capaz de acuñar tal frase?) deambulará entre uno y otro y finalmente desechará tal cuestión por ser, “en rigor”, ajena al estudio de La Novela propiamente tal. Pero como ya está dicho que los cervantistas no cuentan, es perentorio decidir ya, aquí y ahora, si se está mejor siendo del tipo caballero andante o escudero. Y el que no pueda tomar partido, como decía Walter Benjamin, mejor se calla.


Los sanchistas son olvidadizos; los quijotistas, es sabido, tienen una memoria fatalmente prodigiosa. Los sanchistas prefieren el vino por sobre cualquier bebida; los quijotistas, las drogas duras. Los quijotistas se regocijan en guardar secretillos tales como el de la Cueva de Montesinos; a los sanchistas, cuando están borrachos, les encanta inventarse que tienen un secreto. Los sanchistas mienten y gozan como bellacos; los quijotistas tienen doble, triple y hasta cuádruple personalidad. Los sanchistas exclaman “¡Oh, hideputa!”, mientras que los quijotistas murmuran: “¡Válate el diablo por hombre!”. Los sanchistas aman a los quijotistas con locura, aunque por lo regular se les olvida, pues los sanchistas aman, ante todo, la locura (y los quijotistas, sin parecerlo, la detestan). Los sanchistas, según Marx, son de izquierda (aunque si reparamos en los cientos de retratos de La Pareja, por lo general van a la derecha), y los quijotistas, como Flaubert, de la política sólo entienden la revuelta. Los quijotistas en todo caso se toman la vida en serio. Los sanchistas, en cambio, la conciben en serie. El género literario preferido por los quijotistas es —casi está demás decirlo— la épica cómica de ciencia ficción. El de los sanchistas (esto lo sabe poca gente), la rima pornográfica. Los quijotistas entienden perfectamente quiénes son o dicen entender perfectamente quiénes son; los sanchistas guardan completo silencio al respecto. Los quijotistas abandonaron la lectura de este texto hace un buen rato; los sanchistas habrán llegado leyendo hasta aquí sin ningún miramiento hacia la pérdida de tiempo. Pertenece usted, pues, a la pandilla peatonal de los sanchistas irredentos, lo cual constituye motivo de sobra para sentir orgullo, inflar el pecho y cantar.

 
 
 

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