Novedades, vetusteces

¿Se prefiere un libro nuevo o uno usado? Ambos ofrecen lo mismo. Y no tienen que ver ninguna de las condicionantes que pudieran abonarse a uno u otro; si una obra de pensamiento ha trascendido las críticas o al tiempo mismo, se trata de una obra de actualidad.

Piénsese en El Quijote o en los Principios matemáticos de filosofía natural, que aún son estudiados y disfrutados, a casi medio milenio de escritos. La permanencia de una obra depende sólo de la actualidad que ésta ofrezca al lector de cualquier contexto. No se reduce al llano hedonismo, sino a la perennidad del pensamiento en el universo.

Una obra de actualidad no es aquella que contiene lo visto en determinado cronotopos, sino una que ha podido salir de éste para eternizarse. Si, como dice Spinoza, el pensamiento es una manifestación de la sustancia −léase, dios−, éste deberá ser permanente, pues no es sino la manifestación de la esencia de su pensamiento.

Cualquier obra que hable, con la que se logre la identificación y mediante la cual se conozcan los fenómenos del mundo y el universo, será de inspiración divina. Especulando hasta forzar la etimología, La Biblia no es sino El Libro, la palabra –escrita− de dios; se puede inferir que todo libro eterno no es sino la manifestación del pensamiento divino, sin derivaciones religiosas como, desafortunadamente, lo sufrió el Antiguo testamento.

La actualidad de una obra depende únicamente, por tanto, de qué tan certeras sean las observaciones del mundo, del universo. Si se logra advertir la esencia de las cosas sin atender a sus modos –citando, nuevamente, a Spinoza−, se manifiesta aquélla. La condición humana, el movimiento planetario o la interacción de ambos –pues a eso se reduce, como se ha visto, todo conocimiento− son únicamente manifestaciones de la eternidad, que es cualidad de dios.