PREMIO AL ÁGRAFO
- Simón Rojas
- 5 may 2016
- 3 Min. de lectura
¿Hay lectores, hoy, a quienes la excesiva (o mínima) lectura no les contagie la maldita manía de escribir? ¿Existirá, por ejemplo, un lector de poesía capaz de NO escribir sus versitos, sus cuentitos y sus novelitas de vez en cuando? Si aparece, propongo un premio, o mejor una beca, pero una beca de verdad, es decir vitalicia, auspiciada por la Librería Jorge Cuesta. Aunque ojo: si se descubre que el premiado guarda por ahí sus versitos, la sentencia será drástica.

En todo caso, la base más importante del concurso, señala: el galardonado deberá estar a la altura ni más ni menos que de Don Quijote. ¿Es necesario aclararlo? Agárrense:
Don Quijote, ese personaje cuyo alumbramiento no puede ser más literario, sin embargo describe, poco a poco, una órbita distante de la literatura. Don Quijote habla por montones, discursea, reconviene una y otra vez a Sancho Panza, “acomete, a cada paso, lo imposible”, no toma resguardos frente a nada ni se cuida de nada, salvo especialmente de una sola cosa: escribir. Aunque “muchas veces le vino deseo de tomar la pluma”, Don Quijote casi no escribe y, acompañando a Sócrates y a Cristo, integra el grupo de los ágrafos más determinantes presentes en la historia de la escritura.[1] Su modelo ha sido extraído de la lectura, es decir, de la lectura de textos escritos, pero pareciera que la acción justamente excluiría el escribir, ejercicio sin duda “digno de grande alabanza”, aunque, puesto en una relación comparativa con la caballería, bastante superfluo. En la escritura están marcadas las fronteras doradas de la ley y la ética caballerescas que Don Quijote traduce a su manera, pero en la caballería reside el riesgo corporal y la pobreza verdadera de la desnudez expuesta a la inclemencia. ¿Qué comparación guardan los padecimientos del poeta, el estudiante, el vendedor de libros y el profesor sentados en sus sillas con los peligros que acechan al buen soldado?: “Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago y otras cosas a éstas adherentes […]; mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que al estudiante, en tanto mayor grado, que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida.” (cap. XXXVIII, Primera Parte, Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras).
Entonces Don Quijote, que hacia la Segunda Parte ya tiene claro que está siendo escrito y leído, y que además se entera de que sus aventuras han quedado registradas y hasta han sido falseadas en una publicación apócrifa, sin embargo se guarda de reproducir el gesto que, pese a la traición, lo ha hecho famoso. Un personaje desde el inicio tan preocupado por la divulgación de su fama, un personaje tan atento a los comentarios que su conducta pueda suscitar, se abstiene de incurrir, con la excepción ya señalada, en la vanidad de la pluma hasta el final.

¿Quiere decir esto que nuestro insigne condecorado, ese lector puro, deberá, como el caballero andante, permanecer en la incertidumbre, a cada paso, de perder la vida acometiendo lo imposible? No; más bien: el premiado, superando nada más y nada menos que a Don Quijote, será acreedor de una beca que, por favor don Max, deberá superar con creces la pichicata dieta de Rocinante.

[1] Para ser, alguna vez, rigurosos: recién en el capítulo XXV de la Primera Parte, Don Quijote aparece escribiendo. Primero, “con mucho sosiego” redacta una carta enviada a Dulcinea y una cédula para su sobrina, carta y cédula que luego, en el siguiente capítulo, Sancho Panza pierde; inmediatamente después, cuando Sancho ya se ha ido, Don Quijote graba “por las cortezas de los árboles y por la menuda arena muchos versos, todos acomodados a su tristeza”. Es la única vez que al personaje se lo ve escribir, porque si bien más tarde, en el capítulo LI de la Segunda Parte, leemos la carta que Don Quijote le envía a Sancho siendo éste ya Gobernador de la ínsula Barataria, la escena y el gesto de la escritura —visibles en el citado capítulo de la Primera Parte— no quedan expuestos ante el lector.






















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