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Fronteras del signo

  • Luis Rodríguez N.
  • 14 may 2016
  • 2 Min. de lectura


El hombre es una máquina de significar. Crea sistemas que le permitan asimilar y transmitir su realidad, dando forma a su conciencia. Sin embargo, estos sistemas dividieron el conocimiento a tal punto que se enemistaron, contradijeron y menospreciaron entre sí, aún cuando todos aspiran a una meta común, acaso la misma.

Pero este nuevo siglo parece querer reunificar de nuevo todos los conocimientos, reconciliar completamente la humana labor del pensamiento y hacerla accesible para el gran público. Estas líneas enumeran algunos de estos vínculos que parecían perdidos, examinando los cruces en donde dos disciplinas se tocan, rozándose apenas.

Una de las escisiones más importantes surgió entre la literatura y las matemáticas. Se afirmó, en los siglos anteriores, que quien dominaba una de estas disciplinas, estaba enemistado con la otra; al pertenecer a uno de estos bandos, parecía tenerse la misión especial de demeritar la labor contraria; suponía la consideración de que los temas de interés de una u otra pasaban por alto la esencialidad que cada cual embanderaba.

Pregúntese, lector, qué función tienen las matemáticas. Ponga, en un caso concreto, la labor del álgebra: ¿cuál es el sentido de ésta? No existen cantidades, no hay números, sólo símbolos e incógnitas que expresan un principio general. ‘X’ puede ser lo mismo cero que infinito, pues lo que supone es una abstracción. ¿No funciona así la poesía? Si la labor poética funciona a partir de la polisemia, las palabras no representan “algo en sí”, sino generalidades, abstracciones con muchas posibilidades de significación, ¿qué es la poesía sino una forma del álgebra, o viceversa?


En un sentido más general, puede afirmarse que las matemáticas representan cualquier cosa: al ser no más que una herramienta de razonamiento, se abstraen a tal nivel que todo puede representarse a partir de ellas: una órbita planetaria tanto como la reproducción genética caben en la expresión matemática.

Hofstadter explica que pueden imaginarse sistemas lógicos y, por ende, realidades, siempre y cuando exista coherencia en ellos (y utiliza los teoremas de Gödel para demostrarlo, en los cuales se explica que ningún sistema es completo y coherente a la vez). Así, Tolkien puede imaginar una realidad de elfos y hadas que no comulgan con la realidad de Tolkien, pero utilizan una porción de ésta para sustentar aquella. Tal como los mundos imaginarios de la lógica, siguen sólo su propia coherencia, son lógicos en sus propias reglas.

Y otro tanto decir en física, que también parece servirse de la literatura para formular sus leyes: universos paralelos, agujeros de gusano, teoría de cuerdas, rayan tanto en la ficción que resultan particularmente atractivas por ello, abriendo posibilidades increíbles (literalmente), pero que responden a teorías comprobables o en proceso de comprobación. No es casual que esté en boga una Teoría Unificadora, materia de otras reflexiones.

El ser humano es una máquina de significar: en todo encuentra una oportunidad para representarse el mundo, el universo, su realidad. Es por ello que busca la forma de algo en algo más, crea metáforas (sean palabras, sean números) que moldeen su conciencia, su única realidad.

 
 
 

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