UN GRAFFITI DE MAYO
- SImón Rojas
- 19 may 2016
- 2 Min. de lectura

Para bien o para mal, Mayo del 68 hoy es casi un mito, “un hermoso momento —recordaba Maurice Blanchot—, en que uno podía hablar con cualquiera, anónimo, impersonal, un hombre entre otros hombres y saludarse sin más explicación que la de ser uno más”. Hay montones de historias al respecto y aún se discuten los alcances de su legado (véase, por ejemplo, el libro de André y Raphaël Glucksmann, Mayo del 68 explicado a Nicolas Zarkozy o, mejor, La subversión de la política de George Katsiaficas, recientemente publicado en México por la UACM); pero tal vez uno de los aspectos más valiosos del Mayo francés resida en esa predilección por la anonimia —“sin más explicación que la de ser uno más”— encarnada en la práctica callejera del graffiti.
Son varios los célebres: “Soy marxista de tendencia Groucho”; “La acción está en la calle”; “Un pensamiento que se estanca es un pensamiento que se pudre”; “Viole su alma mater”; “¡Todos somos judíos alemanes!”; “La barricada cierra la calle pero abre el camino”; “Debajo de los adoquines está la playa”; “Heráclito retorna, abajo Parménides”; “Decreto el estado de felicidad permanente”; y los más reproducidos: “La imaginación al poder”, “Prohibido prohibir” y “Sean realistas: pidan lo imposible”.
Sin embargo, hay uno —pintado en Odeón— que reviste un carácter especialmente actual: “¡Viva la comunicación! ¡Abajo la telecomunicación!” Es actual pues hay gente que ya no se ve ni se habla —ni se insulta— si no es por facebook. Es actual porque hay tipos dispuestos a ser arrollados por un tráiler antes de pasar por alto un twitter; quienes no conciben su vida sin su iPhone; los que enloquecen si se les acaba la batería del celular; gente, en suma, con la cual es muy fácil telecomunicarse pero imposible comunicarse.
No se trata tanto de reivindicar el habla llana en virtud de la buena onda mundial o de un neojipismo podrido; no se trata, tampoco, de adscribirse a la telefobia militante, sino sólo de enterarse de la existencia física, corporal, del otro. Claro: debe ser lindo encontrar en la red al antiguo compañero de escuela, saber lo que hace, lo que dice, lo que come, lo que caga o lo que escucha; pero, como sea, ese compañero finalmente sólo será un holograma, vale decir, algo que por el momento no puedo tocar.
Muchos de quienes hoy pasan por los libros lo hacen con la cabeza gacha viendo el teléfono mientras los saludas, les preguntas, les dices vea este libro, véalo tranquilo, les palmeas la espada, los insultas y te despides con la sensación de haberlos interrumpido en algo de suma importancia. Para todos ellos hay en la calle Artículo 123, casi a la altura de la Avenida Balderas, un graffiti con dedicación especial (también presente en cientos de paredes y baños públicos a lo largo del territorio hispanohablante): no será reproducido aquí, por si alguno aún tiene la arrojada curiosidad de despegarse de esta pantalla y salir a la calle “sin más explicación que la de ser uno más.”
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