POSMOS Y ANTIPOSMOS
- Simón Rojas
- 4 jul 2016
- 2 Min. de lectura
Al parecer esa guerra universitaria entre posmos y antiposmos ya pasó. En el local hubo una época fructífera donde cada semana se enfrentaban clientes convulsivos a favor de Lyotard contra los guardianes del “proyecto moderno” de Habermas y compañía. Tenía su gracia asistir a un combate de miradas sardónicas y gruñidos cuando coincidían, en ese metro cuadrado, lectores de Fredric Jameson y acérrimos de Marshall Berman. Poco a poco, ese debate —para llamarlo en términos más académicos— iba derivándose en otros autores que tenían y no tenían zapato en el baile. Theodor W. Adorno, por ejemplo, se contraponía ahora al mismísimo Walter Benjamin: cosa curiosa: los posmos le iban a Benjamin y los antiposmos a Adorno. Los posmos de pronto le iban a Michel Foucault y los antiposmos a Louis Althusser. El cabezón Baudrillard de pronto era onda posmo pero de inmediato era antiposmo y de golpe postposmo y en una de ésas premo(derno). ¿Hay que explicar esto? No; aquí estamos en una crónica charlatana, no en una ponencia balbuceada (por cierto, ¿se seguirán escribiendo “ponencias”?) ante un auditorio de universitarios con postura clientelar.

Esta forma de disponer las cosas hablaba, en un sentido, a favor de los antiposmos que reclamaban para lo moderno las contradicciones, los binarismos, las oposiciones frontales. Pero, en otro aspecto, favorecía a los posmos: el sólo hecho de señalar dicho enfrentamiento, el sólo hecho de decir: esto participa de un entramado moderno, era una señal de posmodernidad. Y así hasta el infinito, pues luego los antiposmos podían, y pueden, con justa razón venir a reclamarle al cronista que su cantinflera crónica, desde el título, no es sino signo, o fruto, de una disposición —pedagógica, pese a todo— absolutamente moderna. Siempre han tenido esa carta los antiposmos, desde luego: la dialéctica, cabros huevones, la dialéctica, como decía un profesor allá por los años ochenta.
Hoy tal enfrentamiento se ha enfriado al punto de desaparecer. Se han impuesto las maneras, según las cuales los antaño posmos ya tiraron la toalla (y los lentes oscuros) y los antiposmos se olvidaron de la defensa de sus grandes relatos. Han llegado quizá ojalá por suerte demonios quién sabe a un acuerdo político o a una tregua o a un congreso lleno de ponencias cuyo exclusivo debate se centró en el hecho terrorista muy afortunado epistemológicamente hablando de cómo cortarle la cabeza al liberaloide Francis Fukuyama.
Y después, calabaza, calabaza: cada uno pa su casa.






















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