SOBRE UNA ANOTACIÓN DE PAVESE
- Simón Rojas
- 27 jul 2016
- 2 Min. de lectura

El 19 de septiembre de 1938, Cesare Pavese anota en El oficio de vivir: “Los hombres que tienen una tormentosa vida interior y que no buscan desahogo en sus palabras o en sus escritos, son simplemente hombres que no tienen una tormentosa vida interior.”
¿Se desprende de esto que sólo quienes intentan hablar o escribir se encuentran habitados por aquella “tormentosa vida interior”? Tal vez se podría responder que no, que precisamente son los atormentados quienes no buscan ni hablar ni escribir toda vez que la tormenta interior los paraliza. Sin embargo, ¿cómo sabemos si ellos albergan o no una tormentosa vida interior? ¿Sólo por ser presas del enmudecimiento? ¿Sólo por permanecer sumidos en el silencio o en la indiferencia que según Pavese haría de ellos cualquier cosa menos seres atormentados?
Esta es una de aquellas aporías del lenguaje sobre las cuales Maurice Blanchot se revolcó (en el sentido en que se revuelcan los niños en los parques, secretando). Teniendo a la vista los textos de Kierkegaard y Rimbaud, desde el inicio del ensayo “Sobre la angustia en el lenguaje” Blanchot subrayaba la condición cómica del escritor que dice estar “solo” mientras, con ese mismo decir, presupone la existencia cercana de otro: “el monstruo de la desolación necesita de la presencia de algún otro para que aquélla tenga sentido, de algún otro que, por su razón intacta y sus sentidos sanos, haga momentáneamente posible la angustia, hasta entonces carente de poder”.
El sólo hecho de escribir la tormenta, el sólo hecho de decir estoy angustiado, solo, atormentado, hace posible la existencia efectiva de tales estados “interiores”, aquellos que sin la presencia del habla o de la escritura —para volver a Pavese— simplemente no están.
Pero el sentido del “desahogo” en la anotación de Pavese tiene también relación con este poder de búsqueda de la propia palabra; la búsqueda de una palabra tal vez imposible pero cuya resonancia sólo acontece en el recorrido poderoso del buscar, del buscar aun sin encontrar. Pues quizás no son los hombres; quizás no son los atormentados hombres sino las palabras, al final, las que buscan a los hombres para atormentarlos y desahogarlos, una y otra vez, como en una nota pajarística de Juan Luis Martínez: “Los pájaros no cantan: los pájaros son cantados por el canto”.
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